El etnógrafo apreciará sin duda el valor de la obra fotográfica de Katy Gómez como testimonio visual de una cultura tradicional con fecha de caducidad, que refleja las formas ancestrales de supervivencia de la humanidad desde el doble plano productivo (el esquileo) y cotidiano (la matanza). Pero en realidad es mucho más. La exposición Memorias ofrece una verdadera experiencia estética y emocional, donde los seres y los objetos cobran una vida atemporal, afirmados por la fuerza expresiva del rotundo blanco y negro. Que la exposición se inaugure en la casa que fuera de Cerdá y Rico le dota de un componente evocador. Parece inevitable regresar a las imágenes estereoscópicas del etnógrafo visual de entre siglos, que tan bien reflejara el paso de los días en la pequeña comunidad de Mágina. Katy viene hoy a decirnos que nos fijemos bien en lo que ha logrado captar el objetivo de su cámara inquieta, pues es casi seguro que nuevas generaciones no tengan la oportunidad de apreciarlo en la realidad.
¿Está homenajeando Katy al fotógrafo de Monóvar? La recreación en el contraluz y la forma tan particular de plasmar el rito así lo sugieren. La muestra fotográfica se nos presenta como la sucesión ordenada de fotogramas de un documental, invitando al espectador a deleitarse con los detalles más insospechados. En cierto modo, así lo hacía aquel médico afincado en Cabrilla cuando mostraba escenas del cotidiano de su vecindario, que hoy nos producen una mezcla de nostalgia y perplejidad.
Katy Gómez, curtida como fotógrafa de viajes y por tanto muy acostumbrada a componérselas con lo asombroso, logra con sus fotografías transportarnos a un universo tan añorado por unos como extraño para otros. Los esquiladores y matarifes, con sus inusitados aparejos y la corte de peregrinos que les acompaña, se nos revelan como seres exóticos con los que tenemos la certeza de habernos cruzado alguna vez en nuestra vida. Las imágenes mostradas en la exposición recrean en dos actos la liturgia del vivir cada día en una cultura derrotada por los avances tecnológicos y el consumismo desaforado. Katy utiliza metáforas visuales de lugares y de espacios que gotean en el edificio de nuestros recuerdos.
Acto primero. El manso entra procesionalmente en la cuadra como un prelado en la basílica, muñendo el paso acompasado y ceremonial de su rebaño, todavía ajeno al rito de la purificación. Esto ocurre ante la mirada atenta de los oficiantes, que ungirán a sus víctimas y trabarán sus movimientos mientras el maestro de ceremonias apresta sus utensilios. Con la destreza del maestro del arte, el esquilador despojará de su preciado vellón al cordero en menos de lo que dura un Pater Noster, dejando al animal tiritando y en estado de gracia, dispuesto a renovar su anual voto de la pitanza. Mientras el rebaño sale atolondrado hacia su majada, los grandes sacos de lana se amontonan a la espera de conocer su cotización, que cada año ve menguarse a la par que se desvanecen los tiempos antiguos. Lo cual no impide que los laborantes celebren la terminación de la ruda jornada con una buena convidada, como suele hacerse al consumar las cosechas.
Acto segundo. En una imagen en movimiento, podemos intuir el grito despavorido del cebado cuando se le arrebata violentamente de su zahúrda para llevarlo al sacrificio. Se precisa una cuadrilla de esforzados hombres para colocar el animal en su tabernáculo, mientras que la afilada alfaca en manos de un niño será suficiente para despojar de su sangre y de su vida a la víctima. La ceremonia de la matanza ha comenzado, todos se disponen a contemplar la última exhalación del animal, mientras unas manos de mujer se afanan en remover la sangre caliente en la marmita para que no se coagule antes de tiempo. Los hombres se ocuparán de preparar el cuerpo inmolado, lo despojarán de sus cerdas y lo entregarán despiezado a las mujeres para que lo transformen en charcutería. El agua y el fuego estarán presentes en toda la ceremonia. Todo en el cerdo se aprovecha, algunos dicen que hasta sus andares. Las enormes calderas, atizadas al fuego a lo Pedro Botero, ya están preparadas para la cocción de la carne. Las manos artesanas de las mujeres embuten con precisión la masa condimentada y arman las morcillas con la presteza que la munición requiere. Tras el cocimiento, todo termina con el rito de la entronización. Los concurrentes portarán el preciado embutido engarzado en largos palos de varear, que serán concertados como exvotos en el santuario doméstico, a la vista de las imágenes de los que han procreado en la familia y de sus vástagos. Es la plasmación de la ceremonia de la subsistencia.
Katy nos muestra en imágenes la esencialidad de los elementos primarios de un mundo milenario que nos abandona. Lo plasma en los rostros y las manos curtidas por las duras faenas del campo, en la mirada absorta y profunda del ganadero y en el gesto afectivo de los corderos, en las relaciones atávicas entre animales y hombres, en las exhalaciones vivificadoras del fuego y del alimento, en las albricias de la abundancia, en el traspaso de saberes de unas generaciones a otras, en las destrezas aprendidas en la usanza de los tiempos.
Las personas pensamos en imágenes y las fotografías de Katy Gómez nos ayudan a alimentar los enclaves de la memoria, esos lugares privilegiados a los que nos asomamos para recordar y sentir las emociones del pasado. Con Memorias, la autora nos remite a un universo donde la ternura y la brutalidad se dan la mano en realidades solo aparentes. Quienes las han vivido lo saben y seguramente les resultará fácil indultarlas. Para los demás, Katy Gómez nos ofrece la oportunidad de albergar viejas y renovadas emociones en la memoria.
Manuel Amezcua Martínez (Catedrático de la UCAM)